Escribo esta última entrada desde el aeropuerto de Milán, donde estoy esperando para hacer la última escala que me llevará a Madrid. Tras 13 horas de vuelo, aprovecho que tengo varias horas de espera para poneros al día.
He pasado un mes en Shanghai que ha sido espectacular. Nos hemos dedicado a continuar con el mantenimiento del barco para los actos promocionales que se han estado celebrando, a pesar de las muchas pegas y dificultades que las autoridades chinas nos han puesto. Ha sido una pena porque nos habría gustado abrir al público pero no nos lo han permitido por temas de seguridad (¿?).
Sin embargo, nos ha dado tiempo a conocer una ciudad y una cultura radicalmente opuesta a la nuestra. Hemos tenido la oportunidad de hacer turismo (Hong Kong, Hangzhou, Hainan y Shanghai) y he podido conocer cómo vive el pueblo chino, sus costumbres, su alimentación y su forma de trabajar. También hemos tenido la oportunidad de convertirnos en campeones del mundo y desde aquí hemos seguido y apoyado a muerte a nuestra selección.
Pero también hemos sido testigos de cómo llega el final de esta etapa. No se me olvidará la cara que se nos quedó a todos cuando despedimos, entre una tremenda ovación, a los primeros tripulantes que dejaron el barco. Muchos de nosotros no pudimos evitar las lágrimas al ver cómo nuestros amigos, nuestros hermanos de mar, bajaban por última vez la escala de acceso al barco y se despedían, como nosotros, con el corazón roto.
Cuando ponga un pie en Madrid, dentro de unas horas, consideraré que, definitivamente, esta aventura se ha acabado. Han sido 8 meses y medio absolutamente inolvidables, más de 250 días cargados de emociones, de alegrías, de risas, de aprender de los mejores, de imitar a los marinos del siglo XVII y de aprender otra forma de vida. Pero por encima de todo eso, han sido unos meses de VIVIR, con mayúsculas, de disfrutar con este regalo que me ha dado Dios y de aprovecharlo a tope.
Por supuesto, ha habido momentos malos, de dudas, de miedos, pero todo ello se queda en meras anécdotas porque lo positivo gana la partida por goleada. He conocido a un grupo de personas admirable, que en mayor o menor medida se han convertido en mi familia durante este tiempo y a los que siempre voy a recordar:
Gonzalo el capitán, Manolo y Antoñete (los expertos), Manu y Jaime (los pilotos), Manolo y Paco (cocinero y gambuzero), Perico (contramaestre y jefe de mi guardia), Choco y Guti (jefes de guardia), Pepe, Curro Marchena, Colorao, Juan Diego, Alvaro, Esther, David, Fernando, Croqueta, Jauma, Eloy, Gabri, Aurora, Hector, José, Pepelu, Alberto, Augusto, Miguel, Mauri y Borja. A todos ellos los llevaré siempre dentro de mi corazón porque han formado parte de una aventura única que he tenido la suerte de poder compartir con ellos.
Durante este tiempo he aprendido un montón de cosas (a usar una carretilla eléctrica o torito y una piopio o plataforma elevadora, a hacer nudos de varios tipos, a conocer las propiedades de la madera, a calafatear una cubierta, a enmasillar, a usar una radial, a conocer distintos tipos de pintura y aceites para tratar la madera, a usar una carta náutica, un sextante y un astrolabio, a trazar un rumbo, a entender las luces de un barco, a guiarme por las estrellas y así un largo etcétera). Me han dolido las mandíbulas de tanto reírme. He disfrutado de conversaciones divertidísimas, de charlas super interesantes y de apasionados debates. He podido compartir mis alegrías y mis preocupaciones así como escuchar las de mis compañeros. He disfrutado de noches bajo un cielo plagado de estrellas, de unos amaneceres espectaculares y de unos atardeceres maravillosos. He sentido una sensación de paz y tranquilidad como nunca la había experimentado. Por todo eso, y por otras muchas cosas que me guardo para mi mismo, puedo decir que esta experiencia me ha hecho absolutamente feliz.
Y como no puede ser de otra manera, antes de despedirme he de decir GRACIAS a mucha gente. Gracias Mary por entender lo que esto significaba para mi. Gracias a mis padres por sus constantes muestras de cariño y por su apoyo incondicional. Gracias a mis hermanas por decirme te quiero cada vez que hablaba con ellas. Gracias a mis amigos, por decirme “vuelve ya” y “te echamos de menos”. Gracias a mis primos, por sus constantes muestras de afecto. Gracias a toda la gente de la Fundación Nao Victoria (Juan Salas, José, Edu, Lupe, Maca, Ana, Kete y Belén) que se ha dejado el alma en hacer de un sueño, una realidad. Gracias al Maestro Calviño por hacer arte de un trozo de madera de iroco. Gracias al Maestro de la Villa por enseñarnos lo que se puede hacer con un cabo y un poco de brea. Gracias a Ignacio Fernández Vial por ser un idealista y ver genialidades donde otros sólo ven locuras. Gracias a Joaquín Garrido por dirigir magistralmente la construcción del barco y enseñarnos el valor de una sonrisa. Y por su puesto, gracias a todos los que habéis seguido mi aventura todos los días a través de la pagina de la Fundación o de mi blog.
Así pues, llego al final de la aventura, llego a buen puerto, a mi casa, con mi gente. Al Galeón lo llevaré conmigo allá donde vaya y mi espíritu seguirá surcando los mares junto a él. Buenos vientos amigo,y buena mar.